Las narrativas hegemónicas actuales, cuando de educación se habla, nos refiere inmediatamente a la que se imparte el sistema escolarizado. Más en los sectores urbanos y rurales marginados de muchos derechos. Al punto que las familias le atribuyen a dicho espacio, la educación de sus hijos e hijas, eximiéndose de cualquier participación en los aprendizajes.
De otro lado, coexisten los procesos de la educación social y comunitaria, lo que se aprende en las familias, culturas y territorios, que va avanzando en un proceso de revalorización y puesta en valor; como un modo complementario de los aprendizajes que las nuevas generaciones demandan para ubicarse en la historia y contexto que le toca vivir o cambiar.
Esta educación muchas veces invisibilizada y vapuleada por el propio sistema educativo oficial, que la tilda de informal, no recibe financiamiento estatal explicito, descansa principalmente sobre la base de iniciativas de la sociedad civil, sin embargo, cada vez más la vemos presente en la vida y la cultura de diversos sectores de población, principalmente aquellos que se encuentran por alguna razón excluidos de los beneficios del desarrollo.
Poner solo el énfasis en la educación formal, es un error social, y coloca una alerta de riesgo a diversas iniciativas educativas de alta importancia para la sociedad, que se realizan mediante canales sociales y comunitarios. Así, está en riesgo el valor los saberes ancestrales, la enseñanza de padres y las madres de familia, los aprendizajes que contribuyen a fortalecer valores, destrezas, estilos de vida, seguridad emocional, proyectos de vida, oficios, el sentido del respeto entre otras dimensiones que vienen de la cultura propia; estos contenidos se han ido perdiendo o desvalorizando.
En este escenario cumplen un rol vital los educadores, facilitadores, capacitadores y otros actores educativos diversos que contribuyen a poner en valor esta educación social y comunitaria, que aunque no siempre con la misma identidad, son agentes claves que posibilitan aprendizajes transcendentes para la vida en sectores urbanos y rurales recuperando contenidos culturales, mejorando la relación con la naturaleza y asignando valor al conocimiento transmitido por sabios y sabias de cada territorio . El educador - educadora social y comunitaria es un actor vital en la recuperación y producción de saberes interculturales, con sentido y significado de la vida global y cotidiana.
Por ello es necesario configurar y fortalecer su identidad educativa y su posicionamiento en la sociedad, creando espacios de fortalecimiento de su rol e identidad y de profesionalización teórica y técnica que potencien su invisibilizada y tenaz labor.
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